Lo que Fernando de Rojas representó en su obra maestra, “La Celestina”, podemos encontrarlo también en una de las más celebradas y representativas obras del teatro peruano: “Ña Catita”. El tema del “celestinismo”, es decir, la “alcahuetería” o sea la función morbosa, enfermiza que desempeñan algunas personas a las que se llama alcahuete o alcahueta, según el género. Alcahuete es, según el diccionario, la “Persona que concierta, encubre o facilita una relación amorosa, generalmente ilícita.” Pero también existe la acepción de “correveidile, chismoso”.[1]
Pero, claro, “Ña Catita” es, fundamentalmente, una obra costumbrista.
Como sabemos, el costumbrismo, abarcó todo un período en el que la agitación política era el pan de cada día, cuando se daban las luchas caudillistas y las dictaduras. El costumbrismo tiene una característica básica: su apego a la realidad que es retratada con un tono humorístico, sarcástico y satírico. En esta corriente, además de nuestro autor, destacó Felipe Pardo y Aliaga (con obras como "Frutos de la Educación", "Don Leocadio", "El Aniversario de Ayacucho" y "Una huérfana en Chorrillos"); pero también hubo un autor que es poco conocido y que Luis Alberto Sánchez destaca: José Joaquín Larriva y Ruiz, llamado “el cojo Larriva” que era famoso “por su repentismo y mordacidad”[2].
Manuel Ascencio Segura, al que unánimemente se considera como el padre del teatro peruano, escribió artículos costumbristas, poesía satírica y comedias, entre las que destacan “La Palimuertada”, “El Sargento Canuto”, “Las Tres Viudas”, “La Pepa”, etc. Pero, sobre todo, la obra a que se refiere este ensayo, “Ña Catita”. Escribió artículos de costumbres y letrillas contra el mariscal boliviano Santa Cruz[3]. Poco conocido es que Manuel Ascencio Segura fue un militar, llegó al grado de Sargento Mayor, y se retiró del ejército en 1842; peleó en la Batalla de Ayacucho formando parte del ejército español. Sin embargo, cuestionaba los abusos de los militares y esto este rechazo es lo que puso de manifiesto en la que viene a ser su primera obra teatral, “La Pepa” y en “El Sargento Canuto” que es una de las más conocidas junto a “Ña Catita”.
“Ña Catita”, que es la obra de la que me ocupo, tiene, como he dicho al principio, mucho de costumbrista; lo es en realidad. Pero, como era característico en Segura y otros autores de la época, tiene un indudable tono cómico, es decir, se trata de una comedia. Lo notable, entre otras cosas, es el marcado uso del lenguaje de aquella época. Es una obra realmente sencilla, carece de ampulosidad; inclusive, el desarrollo de su trama no se ubica más que en un pequeño ambiente, una casa familiar para ser más precisos.
Aunque tiene mucho que la diferencia de la obra del español Fernando de Rojas, sin embargo nadie puede negar que el tema que aborda es el mismo, la alcahuetería. “La Celestina”, como su autor la calificó es una “tragicomedia” (“Tragicomedia de Calixto y Melibea”, es el título que le dio su autor), en cambio “Ña Catita” es solo comedia por sobre todas las cosas: nadie muere en su argumento como sí ocurre con “La Celestina”.
Pero lo cierto es que aborda lo que llamaría el tema del “celestinismo”, pero lo hace con matices propios que la diferencias de “La celestina”. Ambas obras son teatrales (funcionan sobre la base de los diálogos), pero hay un asunto importante que mencionar: por su extensión, “La Celestina” resulta difícil de ser representada en un teatro, salvo que sea sometida a condensación o a un resumen; en cambio ello no ocurre con “Ña Catita”.
Dije al principio que trataba de la “alcahuetería”. Efectivamente. Y que por ello lo identificaba con “La celestina”. Pero debo expresar que si ambas obras se ocupan de este tema, es preciso aclarar que la obra de Fernando de Rojas considera solo el aspecto referido a una de las acepciones del término alcahuete, “Persona que concierta, encubre o facilita una relación amorosa, generalmente ilícita”. Lo que ocurre con “Ña Catita”, va más allá, pues también considera la otra acepción: “correveidile, chismoso”. El personaje central de esta comedia es eso también: una mujer chismosa. Intrigante y chismosa, lo que hace es aconsejar mal a Doña Rufina, la madre de Juliana, a fin de que esta se case con un joven que no valía la pena, pero, felizmente, aparece una persona que evita que se concrete lo que llamaríamos el infausto matrimonio.
[1] Diccionario de la real Academia, 22º Edición.
[2] Luis Alberto Sánchez: La literatura peruana. P. l. Villanueva, editor. Lima, 1973.
[3] Luis Alberto Sánchez: La Literatura Peruana. P. L. Villanueva, editor. Lima, 1973.
lunes, 21 de septiembre de 2009
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Me ayudó mucho gracias!
ResponderEliminarNo me ayudó para nada
ResponderEliminarGran análisis, muchísimas gracias
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